Mientras avanza el proceso que trasfigurará al Poder Judicial en una rama del Ejecutivo y se extingue la independencia que, maltrecha y todo, aún quedaba en el que fue uno de los tres poderes de la Unión, un gesto demagógico se convierte en distractor de lo verdaderamente importante.
Hugo Aguilar Ortiz, abogado, funcionario del gobierno obradorista y próximo presidente de la Suprema Corte, ha anunciado su decisión de no usar la toga durante las sesiones oficiales, sino trajes de gala de los pueblos indígenas. Lo que no entiende es que la toga, lejos de señalar a una élite, representa solemnidad y, a un tiempo, que entre los ministros no hay distinción alguna; ahora la habrá.
Como el uso de la toga está reglamentado, ni tardo ni perezoso el grupo oaxaqueño dentro de la fracción morenista en el Senado preparó una iniciativa para reformar la ley: al acudir a las audiencias, los ministros “vestirán de manera formal o tradicional, acorde con sus orígenes, costumbres y preferencias”.
Los nuevos juzgadores derivados de la voluntad de El Supremo, encubierta en tómbolas y acordeones, emitirán resoluciones inspiradas en un nuevo código: “No me vengan con eso de que la ley es la ley”; “si tienen que optar entre el derecho y la justicia, opten por la justicia”.
Muchos analistas subrayan la condición indígena de Aguilar Ortiz, mixteco como don Benito Juárez. Pero, lo que importa, más allá de su origen, es que el presidente de la Corte sea un jurista docto, que asuma la defensa de la Constitución y de las leyes y garantice la imparcialidad.
La idea de sustituir la toga por un vestido confeccionado por manos indígenas tiene embeleso porque se inscribe en el fingimiento de aparentar respeto por los indígenas, mientras en la realidad impera lo contrario.
En pleno siglo XXI los indígenas siguen siendo ignorados, marginados y maltratados. Han transcurrido más de 200 años desde la independencia y los descendientes de los pobladores originarios no han dejado su condición marginal. Como otros estudiosos, el antropólogo César Carrillo Trueba denuncia “la extrema idealización del indio antiguo y el inmenso desprecio hacia los indígenas contemporáneos”; coincide la escritora Laura Bolaños: “Existe entre nuestros compatriotas una gran admiración y devoción por los indios… Pero de museo”.
Sin duda hay una deuda histórica con los descendientes de los pueblos originarios que no se salda con desplantes demagógicos ni con asistencia social, sino llevando a sus comunidades educación de calidad, salud, infraestructura, es decir, las condiciones indispensables para superar la pobreza, lo que no se ha hecho.
Capturado el Poder Judicial mediante un fraude maquinado, a partir del 1 de septiembre no tendrá ninguna importancia la manera como vistan los ministros y las ministras que integrarán el pleno. Armando Fuentes, Catón, acierta cuando dice: muerta la Corte y en trance de ser sepultada, que quienes se apoderaron de ella vayan a su sepelio vestidos o desvestidos como les dé su rechingada gana.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate